Boleta Diálogo en el jardín de palacio

Diálogo en el jardín de palacio

Teatro Elemental (Carrera 42 # 44-46 – Pascasio con San Juan) es una nueva sala para el teatro en Medellín, hecho que se debe celebrar. “Una sala más para repartirnos la misma limosma”, pensarán los otros grupos, pero el hecho es que de las chichiguas que han estado sobreviviendo alrededor de 30 grupos de teatro de la ciudad en la última década, puede sobrevivir uno más. A la obra asistieron –aparte de la gente– varios artistas de la ciudad, teniendo la sorpresiva presencia de Ricardo España y otra actriz de Acción Impro quienes descendieron de su nube de ego y se dignaron venir a ver teatro al centro. Un actor de La Oficina (no la de Envigado), una actriz de El Trueque, un cuentero de Viva Palabra y un músico, entre otros seguramente.

EL HUESPED

“Diálogo en el jardín de palacio”, escrita por el poeta portugués Fernando Pessoa y llevada a escena por Teatro Elemental como Beca de Creación del 2010 de la Alcaldía de Medellín.

Bajo la dirección de John Viana (el mismo de “Títeres Porno”), tres actores jóvenes (dos mujeres y un hombre) se desenvuelven en un escenario circular lleno de agua que les llega casi hasta las rodillas, empapando sus vestuarios holgados y pesados; alrededor de esta “piscina” se amontonan hojas secas. La imagen se enmarca con unos telones blancos de fondo y patas a los lados que –cuan largos como el alto techo de esta bodega vuelta teatro– alcanzan a absorber algo de color de las sutiles luces que acompañan el desarrollo de la obra. El amor, la eterna duda, los sentidos, el engaño y la soledad son los temas que percibí en esta trágica historia. Una especie de canoa con tres velas marca el rumbo –a veces sereno, a veces turbulento– de los pensamientos –casi soliloquios– de los personajes (él, ella y ¿la razón?).

SANGRE BUENA

La poética visual. La imagen inicial –el reflejo de tres pequeñas llamas sobre el agua calmada– es estática, como para que el espectador tenga el tiempo de entrar sintonía con la atmósfera que propone el grupo, para que sienta el agua en su propio cuerpo. Los efectos de sonido y el murmullo natural del agua te hacen sentir a la par en que los personajes indagan sobre sus sentidos y la manera en que ven su amor y a ellos mismos. Percibo en Viana la intención de la poesía, de dejar en el espectador nada más que sensaciones y estados del alma, reflexiones internas del ser más que historia y acción; lejos el humor (supuesto requisito actual en las obras). Los movimientos de los actores parecen suspendidos bajo el agua o el recuerdo, casi imperceptibles; sutileza que se apoya con luces medidas y nunca en pleno. En el auditorio no se sintió ni un parpadeo, ni un ronquido.

SANGRE MALA

Cuatro luces cenitales distribuidas al centro del escenario, ambientes rojo y azul atrás, cuatro reflectores ojo de buey contrapicados, unas calles y un ambiente frontal, complementadas con un micrófono boom abierto en el frente del escenario, y aun así la obra difícilmente se vio y se escuchó. Los actores olvidaron al parecer el tamaño del teatro y el rumor del tráfico en la calle San Juan pues su débil voz se escuchó con fuerza si acaso en las primeras filas del auditorio y eso, apoyado con la penumbra obligaba a fruncir el ceño, aguzar el oído, parar la respiración, inclinarse hacia adelante y adivinar las últimas sílabas de cada frase para completar la idea (o tal vez esa es la intención). Ahora bien, si ésta es la intención es muy incómoda para el espectador. Una de las escenas clímax –la de la lluvia– pierde impacto porque escasamente se percibe la brisa por su sonido y por lo que se alcanza a ver alrededor de los cenitales, unos tres metros arriba de los actores. Al final se duda hasta para el aplauso pues las luces no suben más de lo que lo hicieron durante la obra, dando la sensación de que va a continuar. Allí es donde nos preguntamos ¿para qué tanta complejidad técnica si ni se alcanzó a ver?

En fin, el sentimiento es más de reclamo por no haber podido disfrutar de esa belleza inspirada en la nostalgia de Pessoa, por no haberse ni visto ni escuchado plenamente. Es más por eso que por una mala concepción de la obra. Igual es un montaje nuevo (estrenado en el 2010, aunque tenga el vago recuerdo de haberla visto programada en las extintas noches de luna llena del Museo Cementerio de San Pedro por los días de “Pervertimento?”, hace unos seis años), y podríamos decir que se encuentra aún en la etapa de “presentar y remontar” a partir de percepciones de la audiencia y –ojalá– comentarios tan subjetivos como este puede serlo.